Iniciación a la cata, fase visual (1ª parte)

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Nos adentramos en un mundo fascinante que pondrá a prueba nuestros sentidos. Aprenderemos a utilizar nuestros recuerdos para nombrar aquellos colores, olores y sabores que nos despierte el vino que estamos catando. Para ello, es necesario que tengamos en cuenta que cada nota que nos evoque la cata, en cada una de sus fases, estará reconocida por nuestros registros; no es posible apreciar aquello que desconocemos, por lo que debemos abstraernos de las fichas de cata y dejar que nuestros sentidos nos transporten.

El orden de cata va desde los blancos más jóvenes, pasando por los rosados, ascendiendo desde los tintos jóvenes hasta los más envejecidos o con más crianza. Este orden deja a los vinos más potentes y persistentes para el final.

En las fases de cata distinguiremos: la fase visual; Para ello inclinaremos la copa sobre una superficie blanca, de esta manera podremos apreciar todos los matices del vino definiendo la ausencia de enturbiamiento. En ella apreciaremos la limpidez o transparencia, que mide la presencia de partículas en suspensión en un vino. Si analizamos la limpidez determinaremos si un vino es brillante, limpio, transparente, mate, nebuloso, opalescente, opaco, sucio, apagado, turbio, velado, etc.

El color es el primer contacto con el vino, y su aspecto nos debe invitar a beberlo, el color nos informa sobre el cuerpo, la edad y el estado del vino, siendo su intensidad quien nos dará una idea más precisa de este y de su estructura tánica. Evidentemente, depende de la variedad de uva y de los procesos de elaboración. Por el color clasificaremos los vinos blancos, rosados y tintos. La intensidad del color se expresa casi siempre en la capa alta, media, baja o falta de capa. Podremos identificar si el vino es pálido, intenso, ligero, profundo, claro, nítido, débil, cubierto, vivo, fuerte, fresco, oscuro, apagado, y un sinfín de atributos más.

En los vinos blancos ocurre que cuanto más claros sean, más vivos, la intensidad estará ligada a la brillantez. Cuando el vino blanco pierde sus reflejos más verdosos y acentúa su color amarillo hacia tonos más dorados es cuando aparece un signo de oxidación. Al envejecer se oscurecen.

Los rosados, observaremos que cuando son jóvenes presentan unos colores más vivos, que con el tiempo se suelen ir perdiendo, sus notas rosas van pasando a colores piel de cebolla y pardos.

El vino tinto joven mantiene casi siempre un tono vivo, con ribetes azulados y violáceos, pero cuando envejece, los tonos rojos se acentúan y viran hacia los ladrillados, tejas y marrones, hasta coronar en los ocres y ambarinos. A mayor brillo mayor viveza de tono, esto también denota un signo de acidez. La capa nos dará idea de su elaboración, tiempo de permanencia del hollejo, acidez, etc. Los tintos deben de ser oscuros, siendo un signo de envejecimiento prematuro en un vino claro.  Si por el contrario, fuese claro, el vino no gozara de suficiente soporte para tener una guarda.

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